En el año 2030, se estima que la población mundial alcance los 8.500 millones de personas. Según el informe de las Naciones Unidas sobre los recursos hídricos, publicado en marzo en Nueva Delhi, si la humanidad mantiene su estilo de vida actual, el déficit de agua dulce en el planeta alcanzará el 40%.
Nuestro sistema vital y económico se basa en un recurso natural limitado, y maximizar su uso y gestionarlo eficientemente constituye el gran reto del siglo XXI.
Cada vez que abrimos el grifo, presenciamos un pequeño milagro. Detrás de este gesto cotidiano se encuentra mucho más que un flujo de H2O en estado líquido.
El agua es el sistema sanguíneo de nuestro planeta, un ciclo natural que se encuentra bajo una enorme presión debido a la actividad humana. «La cantidad de agua dulce en la Tierra es prácticamente la misma que en la época en que César gobernaba el imperio romano. Sin embargo, en los últimos 2.000 años, la población ha aumentado de 200 millones a más de 7.200 millones, y la economía mundial ha crecido aún más rápidamente», resume Sandra Postel, directora del Global Water Policy Project de Estados Unidos.
«El planeta azul alberga muy poca agua», afirma Elías Fereres, catedrático de la Universidad de Córdoba con experiencia en agricultura y ecología.
Aunque el 70% de la superficie terrestre está cubierta de agua, solo aproximadamente el 1% es agua dulce, excluyendo el agua atrapada en forma de hielo en los casquetes polares y glaciares.
Sobre este 1% descansa nuestra principal fuente de vida y el motor del mundo desarrollado. «El agua tiene tanto valor que no se puede cuantificar; la clave está en utilizarla de manera óptima sin aumentar las desigualdades económicas, sociales y ambientales», argumenta el catedrático.
¿Dónde se originan estas desigualdades? «El rápido crecimiento de la población y la economía en el siglo pasado fue impulsado en gran medida por la ingeniería del agua: la construcción de embalses para almacenarla, canales para transportarla y bombas para extraerla del subsuelo.
Desde 1950, el número de embalses ha aumentado de 5.000 a 50.000, lo que significa que se construyeron en promedio dos embalses al día durante medio siglo. En la mayor parte del mundo, el agua ya no sigue su curso natural, sino que fluye según la voluntad del hombre», enfatiza Postel.
Estas infraestructuras han permitido satisfacer las necesidades agrícolas, que representan el 70% del consumo de agua dulce, así como las necesidades industriales (20%) y el uso doméstico (10%) en gran parte del mundo.
Sin embargo, el aumento de la demanda, impulsado en gran medida por el desarrollo de los países emergentes, está rompiendo un equilibrio ya precario. Según el último informe de las Naciones Unidas, se proyecta que en 2030 el mundo enfrentará un déficit del 40% de agua en un escenario clim.